En este
capítulo 10 de Hechos de los Apóstoles se manifiesta el deseo de Dios de ser
conocido por todos los pueblos y naciones de la tierra, a través del relato de
Cornelio, un hombre piadoso, pero no judío (recuerden que en un primer momento
la salvación estaba solo ofrecida a los judíos) Mediante la visión de Pedro de
la sábana que bajaba del cielo y contenía toda clase de carne, queda
manifestado el deseo de Dios que es diferente de la normatividad humana que
pone leyes y las hace aparecer como divinas; entre ellas la prohibición de
comer ciertos alimentos.
Seguramente
nosotros también tenemos algunas prácticas que creemos que son de Dios, pero
que lo único que reflejan son nuestras posturas particulares frente a un hecho
determinado o a un grupo en particular. Hoy somos llamados por el Señor a
superar todas estas limitaciones creadas por nosotros mismos.
Quiero
resaltar en esta ocasión un elemento recurrente que acompaña la historia de
Cornelio y que si recuerdan bien, también apareció ayer en la narración de la
resurrección de Dorcas, es la práctica de la caridad hacia los demás. Dice que
Cornelio era un hombre piadoso y que hacía muchas limosnas al pueblo.
Igualmente ayer nos decía lo mismo de Dorcas en sus prácticas de caridad a los
demás. De donde es factible concluir que todas tus obras de amor y misericordia
por los demás siempre están presentes a los ojos de Dios y traerán la
recompensa oportuna en los momentos de necesidad. Pedro le dice: “Cornelio, tu oración
ha sido escuchada y tus limosnas han sido recordadas delante de Dios”
(versículo 31) ¿Ahora entiendes aquello que reflexionamos la semana pasada en
la Eucaristía de que el que al pobre da a Dios le presta?
En la
práctica judía de no acercarse a los no judíos, está significada nuestra
actitud selectiva de no siempre relacionarnos con todos, cosa que tenemos que
aprender a vencer, pues solo el reconocimiento de la presencia de Dios en los
otros (sea quien sea) nos dará el amor suficiente para trabajar por ellos en la
construcción del reino de Dios. Pedro termina haciendo también una reflexión
acerca de esto en el versículo 34: “En verdad comprendo que Dios no hace
acepción de personas” así nos cueste aceptar eso.
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