viernes, 4 de mayo de 2012

Estudio Bíblico: Libro de los Hechos de los Apóstoles Capitulo 20

Muchos tal vez a la altura del libro que estamos meditando se preguntarán por qué hay tanta persecución sobre Pablo y tantas amenazas y persecuciones sobre la predicación del Evangelio. Lo que sucede es que para nosotros es muy fácil ver las cosas desde otra perspectiva y alejados del contexto por más de 2.000 años, pero para los Apóstoles que tenían que enfrentar de primer momento la tarea de convencer a un pueblo terco de corazón –como igual lo seguimos siendo nosotros mismos después de conocer a Jesús por tanto tiempo- para que se adhirieran a la verdad del evangelio y abandonaran sus viejas prácticas religiosas que poco o nada les aportaban a la experiencia de vivir mejor.

Este capítulo es especialmente triste, pues creo que todos hemos aprendido a cogerle cariño a Pablo por su esmero, su tesón y su empeño en anunciar a todas las naciones el mensaje salvador de Cristo Jesús (Recordemos que si no hubiera sido por él, nosotros no hubiéramos conocido el evangelio en todo occidente; así mismo creo que se aplica hoy a lo que nos está pasando en la comunidad: puede ser que si no fuera por ti algunas personas no conocerían al Dios distinto que tu y yo hemos conocido = ¡Testimonia!) Pues bien, nos duele ver a un Pablo que se está despidiendo de la Iglesia de Éfeso, pues sabe que no lo volverán a ver (probablemente porque el Espíritu ya le habrá anunciado a cerca de la pasión y muerte que por profesar el nombre de Jesús tendrá que padecer) Ya se nos olvidó que era un perseguidor de cristianos y que fueron muchos los que sufrieron por su persecución e incluso muchos los que murieron, pero él con su trabajo ha logrado ganarse otro lugar. A esto se refería el Señor el sábado pasado en la eucaristía cuando reflexionábamos a cerca de “HACER COSAS PARA ENMENDAR DAÑOS Y NO SOLAMENTE DECIR: LO SIENTO” Pablo lo supo hacer y hasta hoy que nosotros lo estamos leyendo nos entristece oírlo hablar del destino que le espera.
Eso hermanos es la posibilidad que Dios da de que seamos transformados y de que dejemos de vivir como hombres y mujeres “viejos” para que entremos en novedad de vida. Ahora observen lo particular: luego de esta actitud de Pablo de confianza y abandono a la voluntad del Padre viene la narración de uno de los milagros más grandes que se pueden adjudicar a alguien: resucitar un muerto. Es lo que pasó con el joven Eutico quien cayó de un tercer piso durante uno de los discursos de Pablo y murió. Pablo se tiende sobre el muchacho y lo reanima. Este tipo de milagros en la escritura solo han sido atribuidos a Elías, el profeta, a Jesús, a Pedro, el apóstol y ahora a Pablo para indicar con ello que son personajes de gran unción y que una vez que logran comprender el sentido del abandono a la voluntad del Padre y TRABAJAR (versículo 34) para que otros conozcan a Dios, ni la muerte misma les es obstáculo para realizar la obra de Dios, por el contrario hasta los obstáculos más grandes terminan siendo motivos para manifestar el poder de Dios.

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